Pues va tomando ritmo el año, empieza a haber tráfico en las hasta hace unos días desiertas calles y avenidas de la Ciudad de México, los pendientes del año pasado cada vez cobran mayor relevancia, la cuesta de enero es una realidad, los kilos ganados son cuantificados, la fraternidad se evapora de manera sútil en el ambiente y algunos cuantos valientes empiezan el glorioso maratón Reyes-Lupe.
¿Yo? Sobrevivo, en estos días de recesión económica trato de hacer popular la idea de que la panza es símbolo de buen poder adquisitivo, retomo el hábito del baño diario, trato de acordarme que es lo que hacía antes de salir de vacaciones. En un arranque de sinrazón -tal vez lo contrario- cancelé el servicio de cable en mi casa, me convencí de los pros que acarrearía dicha decisión, resistí de manera estoica los esfuerzos del "área de atención especial a clientes" para mantener mi cooperacha a la compañía y fui a regresarles sus chivas. Al final de cuentas no me resultó tan difícil y regresé a casa convencido de mi decisión.
¿Qué pasó después?

Fui a visitar a mi abuelo en la última tarde libre, cotorreamos un rato para finalmente ceder ante la tentación de prender la televisión y ver programas de cable. Justo ahora estoy buscando la antena de conejo que venía con la televisión cuando llegó a casa.